Los resultados de la elección nacional del 28 de junio dejaron en claro el masivo rechazo al kirchnerismo en casi todo el país. Con él, también se derrumbó el “pseudo-progresismo”, ese que imperaba en los discursos pero que en los hechos nunca pudo traducirse en reformas impositivas progresivas, en políticas sociales universales, en el achicamiento de la brecha entre los que más ganan y los que menos, más allá de medidas gestuales que hemos apoyado.
La caída del kirchnerismo se parece en algo a lo ocurrido en el año 1997. En ese momento el menemismo llegaba a su fin pero, paralelamente, la Alianza preanunciaba un lógico recambio. Esta elección, más allá de triunfos locales, no proyecta un nuevo liderazgo nacional capaz de sustituir al gobierno en el turno electoral del 2011.
Este escenario debe congregar a los sectores progresistas a construir la fuerza política progresista necesaria para el país. De no hacerlo, la salida del kirchnerismo es por derecha, que hoy se expresa en dos similares variantes: el peronismo “disidente” con Reutemann y una un puñado de caciques locales y la derecha más clásica al estilo Macri y De Narváez.
La construcción de esa alternativa progresista debe consistir en poner ladrillos donde ya hay por lo menos cimientos: el Frente Progresista en Santa Fe, el Frepam en nuestra provincia, el Acuerdo Cívico y Social en varios distritos. Esta es la base sobre la que se debe edificar. Este espacio no se puede limitar sólo a los actuales actores (básicamente el PS, la UCR y el ARI) sino que debe extenderse a otras fuerzas políticas y sociales de perfiles ideológicos similares.
Naturalmente, el límite de esta construcción está en frenar los guiños a la derecha, una práctica habitual de Elisa Carrió, que ha enviado constantes señales a distintas corporaciones económicas, mediáticas y culturales de la derecha en los últimos tiempos. Afortunadamente los porteños no acompañaron masivamente esas propuestas y prefirieron votar a la alternativa que parecía más progresista antes que votar a la lista conformada por Carrió.
En esta edificación de una fuerza nacional de corte progresista no se debieran cometer los errores que en el pasado prohijaron un gran frente asentado sobre pies de barro. La base de esa construcción debe estar dada en los partidos políticos y su funcionamiento no debe estar sujeto exclusivamente a los devaneos de circunstanciales líderes hegemónicos que suelen arrastrar a sus fuerzas políticas hacia sus caprichos y arrojan al conjunto a su suerte personal. Se deben crear instancias orgánicas que ordenen su funcionamiento, que sistematicen su programática y que conduzcan la acción política.
El programa de esa fuerza debe expresar necesariamente un cambio de centroizquierda en el país. La enajenación discursiva por parte del kirchnerismo impidió que en el plano nacional florezcan fuerzas alternativas por izquierda al gobierno, fundamentalmente porque esa actitud estuvo acompañada por los conglomerados mediáticos que hoy los han abandonado, pero que en los primeros cinco años de gestión fueron fieles traductores de ese engaño colectivo. Debemos preservar las acciones positivas de este gobierno: la política de derechos humanos, la existencia de una Corte Suprema creíble y prestigiosa a los ojos de la sociedad. Tenemos que proponernos mejorar aquello bueno que compartimos, pero que el gobierno se encargó de hacerlo mal: estamos de acuerdo con el fin de las AFJP pero no creemos que los fondos de los jubilados sirvan para cualquier cosa; queremos que Aerolíneas sea argentina, pero para tener una línea de bandera que una al país no para salvar los negocios de los antiguos propietarios.
En esa construcción el socialismo tiene mucho para aportar. Un partido presente en la geografía nacional, con militantes y dirigentes comprometidos en una construcción genuina; la experiencia de gobierno y el ejemplo de que se puede transformar positivamente la realidad del pueblo y un programa de izquierda democrática para llevar adelante las reformas que el país se debe.
La caída del kirchnerismo se parece en algo a lo ocurrido en el año 1997. En ese momento el menemismo llegaba a su fin pero, paralelamente, la Alianza preanunciaba un lógico recambio. Esta elección, más allá de triunfos locales, no proyecta un nuevo liderazgo nacional capaz de sustituir al gobierno en el turno electoral del 2011.
Este escenario debe congregar a los sectores progresistas a construir la fuerza política progresista necesaria para el país. De no hacerlo, la salida del kirchnerismo es por derecha, que hoy se expresa en dos similares variantes: el peronismo “disidente” con Reutemann y una un puñado de caciques locales y la derecha más clásica al estilo Macri y De Narváez.
La construcción de esa alternativa progresista debe consistir en poner ladrillos donde ya hay por lo menos cimientos: el Frente Progresista en Santa Fe, el Frepam en nuestra provincia, el Acuerdo Cívico y Social en varios distritos. Esta es la base sobre la que se debe edificar. Este espacio no se puede limitar sólo a los actuales actores (básicamente el PS, la UCR y el ARI) sino que debe extenderse a otras fuerzas políticas y sociales de perfiles ideológicos similares.
Naturalmente, el límite de esta construcción está en frenar los guiños a la derecha, una práctica habitual de Elisa Carrió, que ha enviado constantes señales a distintas corporaciones económicas, mediáticas y culturales de la derecha en los últimos tiempos. Afortunadamente los porteños no acompañaron masivamente esas propuestas y prefirieron votar a la alternativa que parecía más progresista antes que votar a la lista conformada por Carrió.
En esta edificación de una fuerza nacional de corte progresista no se debieran cometer los errores que en el pasado prohijaron un gran frente asentado sobre pies de barro. La base de esa construcción debe estar dada en los partidos políticos y su funcionamiento no debe estar sujeto exclusivamente a los devaneos de circunstanciales líderes hegemónicos que suelen arrastrar a sus fuerzas políticas hacia sus caprichos y arrojan al conjunto a su suerte personal. Se deben crear instancias orgánicas que ordenen su funcionamiento, que sistematicen su programática y que conduzcan la acción política.
El programa de esa fuerza debe expresar necesariamente un cambio de centroizquierda en el país. La enajenación discursiva por parte del kirchnerismo impidió que en el plano nacional florezcan fuerzas alternativas por izquierda al gobierno, fundamentalmente porque esa actitud estuvo acompañada por los conglomerados mediáticos que hoy los han abandonado, pero que en los primeros cinco años de gestión fueron fieles traductores de ese engaño colectivo. Debemos preservar las acciones positivas de este gobierno: la política de derechos humanos, la existencia de una Corte Suprema creíble y prestigiosa a los ojos de la sociedad. Tenemos que proponernos mejorar aquello bueno que compartimos, pero que el gobierno se encargó de hacerlo mal: estamos de acuerdo con el fin de las AFJP pero no creemos que los fondos de los jubilados sirvan para cualquier cosa; queremos que Aerolíneas sea argentina, pero para tener una línea de bandera que una al país no para salvar los negocios de los antiguos propietarios.
En esa construcción el socialismo tiene mucho para aportar. Un partido presente en la geografía nacional, con militantes y dirigentes comprometidos en una construcción genuina; la experiencia de gobierno y el ejemplo de que se puede transformar positivamente la realidad del pueblo y un programa de izquierda democrática para llevar adelante las reformas que el país se debe.